Contenido promovido por el Instituto de Experimentación y Formación Artística A.C. con el Centro Cultural La Otra Banda.
Por: Azul Pagnotta
25 de Agosto de 2021
Escrito en una pared del barrio de San Sebastián. Azul Pagnotta, (2021).
El sol queretano quemando mis trenzas, mis piernas apuradas, pocos minutos antes de las 11:00 a.m., la hora acordada para vernos en aquel punto, el Jardín de los Platitos. Cuando llego, veo a un grupo de cabezas reunidas bajo la sombra de un edificio. Saludo a mis compañeras de salón en voz baja y avanzamos al centro de la plaza donde conocedores de la historia de la zona nos explican un poco sobre el lugar donde estamos parados. Me siento como turista un momento, pues la historia la sé, las calles cercanas al lugar las recorro seguido, mirar a todos vestidos como para ir de excursión me parece irónico.
Después de escuchar la historia del “antiguo Garibaldi de Querétaro”, nuestro grupo universitario avanza entre risas nerviosas. Llegamos al barrio del Tepetate o más bien a las calles ubicadas a la afueras. Nos dejan ir a “explorar” hasta un añejo árbol antes de las vías, recuerdo cuando asaltaron por ahí al hermano de mi novio, no digo nada. Caminamos un poco más hacia una tradicional capilla familiar, mientras nos cuentan su importancia para el barrio, alguien del grupo ríe diciendo que por las luces brillantes de colores neón ubicadas alrededor del altar “parece karaoke”.
Nos dirigimos después a “observar distintas realidades” al barrio de San Sebastián, de donde venía caminando en la mañana pues a dos cuadras vive mi novio. Escucho a algunas compañeras con apatía por caminar, dicen estar cansadas de “ver cosas”, se burlan de los grafitis. Un instante después, como si se tratara de una sátira, leemos un rayón en la pared que dice “el mundo no gira alrededor de ti”.
Continuamos caminando hacia El Cerrito, vemos la polarización y segregación de la ciudad que todos amablemente se encargan de inmortalizar en historias de Instagram.
Al terminar la travesía, pasando las vías del tren, una vendedora sentada en un trozo de cartón nos dice qué de dónde somos, al responder que de esta ciudad nos prueba preguntándonos el nombre del gran árbol que está ahí a un lado de nosotros, nadie sabe. Procede a explicarnos amablemente. Conforme continúa hablando, las miradas incómodas se contagian en un crescendo. Ella termina diciendo “si son de aquí, tienen que conocer” pero ya todos se han marchado, dejando claro que esta conversación ya no era parte del recorrido.
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