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Más de treinta años para comenzar a sanar.

Foto del escritor: LaOtraBanditaLaOtraBandita

Actualizado: 8 oct 2021

Contenido promovido por el Instituto de Experimentación y Formación Artística A.C. con el Centro Cultural La Otra Banda.


Jesús Israel Nieves Romero


Lo que hoy sucedió me tomaría por sorpresa. Mi trabajo es acompañar a los dolientes en su travesía; para un resignificar de su vivir, en donde ocupo mi conocimiento, la escucha, la intuición y la tolerancia. Así, se mirara frente a frente al padecimiento ajeno sin unirme o dar consuelo.


Es absorber ese dolor descontrolado y alojarlo hasta que pueda transformarse en un dolor soportable. Esto implica tiempo, ya que es un “sufrimiento mudo” y crea un sentido por medio de la palabra.


Llegó a mi puerta un hombre ya hace unos años, doliente de sus pérdidas: la separación con su pareja de años de matrimonio, la casa donde vivió, los hijos formando sus familias y con ello la llegada de la pandemia.


La pandemia lo colocó en un espejo, que al mirarlo se confrontó durante consigo mismo. Lo llevó a cuestionarse sus vínculos: la relación que tenía con él mismo, con sus hijos y con quien fue su compañera en un periodo de vida.


Se cuestiona su dureza, con enfado y con los ojos buscando lagrimear, pero mantenía esa rigidez en el cuerpo que lo imposibilitaba.

No es tan fácil liberar tu cuerpo, mente, emoción y espíritu de años de relación y significación dolientes.


Ese sufrimiento mudo tuvo un primer nombre: dolor. Había construido desde años vínculos lastimosos e invisibles, recordó como los logros de sus hijos siempre los acompañaba con un comentario ríspido.


  • Ahora comprendo porque en mis últimos años solo me enteraba de sus reconocimientos, me sentía ofendido, porque no me invitaban, pero yo no podía comprender que me buscaban solo para sentir la felicidad de un logro, no con una sensación agridulce.


  • Me duele saber que yo también quería disfrutar ese momento, pero terminaba con un comentario incómodo.


Él caminaba con un dolor invisible y normalizado, que se desplegaba de distintas formas.


Llegó y comenzó a llorar

  • Es fuerte saber, cual fue el dolor que hice sentir en ella. Ella se fue porque decidió amarse.

  • Tengo en mi mente la palabra “amarse”


Pasaron unos meses. Se acomodó, con ojos llorosos, pero con una sensación de calma.

  • Nació mi nieta, la pude cargar, pero al ver a mi hijo cargarla y como la miraba…

Comenzó a llorar y después de unos minutos.

  • Yo lo amo a él, la amo a ella. Sentí que volví a nacer. Nacer como hombre, como padre, como abuelo.


Su reflexión es:

  • Cuando era muy chico, mi hermano fue quien me crio, fue muy duro conmigo. Lo quiero mucho, pero no valido mucho de sus prácticas. Yo hice que esa forma de vivir no es la que necesito, no es la que necesitaban mis hijos, no es lo que necesitan hoy mis hijos y quiero que mi nieta conviva con un abuelo que lo acompaña en el amor, porque él se ama y los ama.

Tardé tantos años para entender que yo necesitaba ser mi propio padre amoroso, gentil y contenedor, pero hoy puedo serlo.


Terminamos la sesión.


Qué complicado es dar el primer paso para los hombres. El romper la idea de que todo podemos, ya que el reconocer la vulnerabilidad es un cuestionamiento a una masculinidad hegemónica, como de igual forma la racionalidad, y el poder mirarnos y con ello responsabilizarnos de nuestra vida y de lo que han hecho nuestros actos.


Los hombres nos hacemos tantas preguntas, resolvemos enigmas o buscando soluciones a diversos temas, en la convivencia con los amigos o en la junta, etc.; pero poner en la mesa el cuestionar nuestra masculinidad y con ello poder buscar diversas formas de sentirnos, de pensar, actuar, de nuestras relaciones y más no es fácil; el cuestionar o resolver nos llevará a ser vistos con sospecha, ya que pensar en masculinidades diversas nos confronta con los mandatos de la masculinidad hegemónica, que nos dice que solo hay un forma de ser hombre.


Cuando nos encontramos en polaridades, no podemos ver distintas rutas, caminos o maneras. Nos perdemos en conocer los distintos matices que tienen la vida y las relaciones.


Tuvieron que pasar más de 30 años para que un caminante de vida pudiera reconocer su dolor, comprender que solo no podía; mirar su vulnerabilidad y con ello permitirse acompañar.


Y en ese camino de introspección descubrió que había otras maneras de relacionarse con él mismo. Encontró otra mirada para pensarse y sentirse como padre y abuelo.


Entendió que tuvo una forma de relacionarse con los otros de forma lastimosa, por su pasado y que hoy busca renunciar a esas prácticas, ya que se pudo conectar con ese dolor que cargó en el cuerpo y que negó tantos años; rehacer una manera distinta de vincularse con sus seres amados.


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